Un papable “extraño”: el arzobispo de Boston, el capuchino
que derrotó a la pederastia
Andrea Tornielli
Ciudad del vaticano
Hay un “papable” que llegó a Roma desde hace algunos días.
Lleva el sayo de los capuchinos, su hábito religioso, y tiene una figura
imponente. Es un hombre de oración, determinado, que hace diez años llevó a cabo
un milagro imposible: volver a dar credibilidad a la Iglesia de Boston,
destruida por el escándalo dela pederastia que obligó a la renuncia del
cardenal Bernard Law. Su nombre es irlandés, Patrick O’Malley, fue misionero en
las Islas Vírgenes, trabajó mucho en la asistencia para los latinos en Estados
Unidos y es un incansable defensor de la vida.
El cardenal capuchino no es un candidato que entrará al
Cónclave con el apoyo muchos votos, como podría suceder, en cambio, con el
cardenal canadiense Marc Ouellet. Se trata más bien de un “outsider”, un
candidato sorpresa que podría llevarse los votos de los electores después de un
estancamiento en la votación.
El arzobispo de Boston reúne de alguna manera Europa y
América en su persona. Cuando llegó a Boston, que fue durante una época el
fortín del catolicismo estadounidense, la diócesis estaba de rodillas. Los
casos de abusos sexuales encubiertos, con sacerdotes pederastas redistribuidos
entre las parroquias y en condiciones de volver a abusar impunemente. Una
desastre: disminución de las vocaciones, poca asistencia a la Misa, casi nula
credibilidad. El arzobispo llegó sin clamor, con sus sandalias de fraile.
Comenzó a escuchar y a tomar decisiones. Puso en marcha un camino de
purificación y de regeneración, y ahora la situación que hace diez años era
insostenible es solamente un horrible recuerdo. Los fieles han vuelto a la
Iglesia, las vocaciones han vuelto.
Nació en Ohío en 1944 y creció en Pennsylvania. Hizo los
votos a los 21 años en la orden de los Frailes Menores Capuchinos. Fue ordenado
sacerdote en 1970 y fue trasladado a Washington, a la capital federal, en donde
enseñó literatura española y portuguesa en la universidad. Tres años después
creó una organización de asistencia humanitaria para los latinos, los prófugos
inmigrantes de toda América Latina, el “Centro Católico Hispano”.
En 1984 fue nombrado obispo en la diócesis de Saint Thomas,
en las Islas Vírgenes. En 1992 fue trasladado a Fall River, Massachusetts, y en
2007 se trasladó a la diócesis de Palm Beach, Florida. Un año después, Juan
Pablo II lo enviaría a Boston.
Tuvo que enfrentar una enorme cantidad de peticiones de
indemnización por parte de las víctimas de los abusos sexuales. Para pagarlas
vendió la sede del episcopado y se retiró a vivir a una celda monástica.
Combatió profundamente la pederastia clerical y, sobre todo, escuchó a las
víctimas. Él mismo acompañó a algunas de ellas a Washington al conmovedor
encuentro de Washington, en abril de 2008, con Benedicto XVI. Él mismo entregó al
Papa la lista con los nombres, sin apellidos, de alrededor de mil personas que
sufrieron abusos durante las últimas décadas, para que Ratzinger pudiera
recordarlas en sus oraciones. Él mismo criticó al “entourage” wojtyliano por la
mala gestión del fenómeno durante los últimos años del Pontificado, cuando Juan
Pablo II ya estaba muy enfermo.
El Papa Ratzinger lo creó cardenal y le encargño llevar a
cabo visitas apostólicas en Irlanda para redactar un informe sobre la gestión
de los casos de pederastia en las diócesis locales.
O’Malley, amigo de muchos purpurados, desde el italiano
Scola hasta el hondureño Maradiaga, siempre ha sido un incansable defensor de
la vida y ha combatido el aborto. Además ha bendecido muchas manifestaciones de
católicos en contra de los matrimonios entre personas del mismo sexo. Cardenal
con una espiritualidad muy profunda y también con un chispeante sentido del
humor, ha demostrado con hechos esa capacidad de gobierno que para muchos
electores es indispensable, pues el nuevo Papa tendrá que poner en orden la
Curia romana. Si los cardenales lo eligieran, sería el primer Papa con barba
dede la época de Inocencio XII, que murió hace 213 años.
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