La formación del novicio se
fundamenta en los valores de nuestra vida consagrada, conocidos y vividos a la
luz del ejemplo de Cristo, de las intuiciones evangélicas de san Francisco y de
las sanas tradiciones de la Orden.
El ritmo del noviciado debe
responder a los aspectos primarios de nuestra vida religiosa, sobre todo
mediante una particular experiencia de fe, de oración contemplativa, de vida
fraterna, de contacto con los pobres y de trabajo.
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