SOBRE EL VALOR DE UNA VIDA
Nació en un día como cualquier otro. Un nueve de diciembre de 2004 en Manta, y murió como cualquier madrugada un siete de Junio de 2010.
Fue bautizado en un hospital un seis de mayo de 2010 con peligro de muerte “in-minente”. En ese entonces tenía cinco añitos, y con esa misma edad partiría a la casa del Padre eterno.
Llegó a los cinco y medio años de vida, murió un mes después de haber sido bautizado. Sus padres fueron Darwin y Monserrat. Su diagnóstico: leucemia linfoblástica aguda, bronconeumonía, infección al estómago, desnutrición, síndrome de down, y padres de bajos recursos económicos.
Nunca trabajó, nunca llevó dinero consigo, ni el pan a casa, no tuvo tiempo de jugar, ni de sonreír, nunca tuvo una cuenta bancaria, no tuvo tiempo de sacar una mala nota en la escuela, ni de escoger una novia; sólo tuvo alrededor de su pequeño cuerpo, los brazos cálidos y las lágrimas amargas de su madre que le abrigaban en el rigor de su enfermedad.
No tuvo tiempo de escoger partido político, ni de discutir sobre los problemas que aquejan a nuestra sociedad. ¿Qué hizo? No hizo nada, no fue escuchado, más sí fue amado y muy mimado. Sufrió hasta que su pequeño organismo colapsó. El tiempo y la enfermedad se encargaron de destruir su cuerpo para el mundo, mas Dios se encargó –y de esto estoy seguro- de llevarlo muy cerca de su seno por toda la eternidad.
No tuvo tiempo de pecar. Quiero realmente creer que el buen Dios lo preservó de las mentirillas de los niños cuando obtienen malas calificaciones y esconden esta información a sus padres. Quiero pensar que Dios lo preservó de empujar a otro compañerito de la escuela porque le quitaba su silla o la manzana que la mamá le dio para el recreo. Quiero pensar que Dios lo preservó de los desengaños de la vida, de la mentira de los hombres o de ser un trabajador mal pagado y explotado. Quiero pensar que el buen Dios lo preservó de ofenderle a Él, su Creador, su Salvador, su Amor, su Señor. Quiero pensar que Dios lo conservó para sí.
A pesar de que no hizo nada, ni construyó nada, y casi que para el mundo ni existió, Darwincito –mi ahijado- fue una vida valiosa, ya que el valor de una vida no se mide ni por las tarjetas de crédito, ni por sus títulos universitarios. El valor de una vida se mide por el Amor y sólo desde el amor.
Su vida fue preciosa y quiero pensar que Dios lo llamó como víctima preciosa a sus ojos por aquellos que no le creen, que no le aman, y que no le adoran. ¡Su vida fue una expresión hermosa del amor de Dios!
En recordatorio de todos los niños que sufren por la violencia, el desamor, la intolerancia, y las enfermedades en el mundo entero.
Por: Héctor J. Atocha Pauta
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